La igualdad de género supone el pleno y universal derecho de hombres y mujeres al disfrute de la ciudadanía, no solamente política sino también civil y social. Ello no significa que mujeres y hombres deban convertirse en iguales, sino que sus derechos, responsabilidades y oportunidades no dependan de si han nacido hombres o mujeres. El medio para lograr la igualdad es la equidad de género, entendida como la justicia en el tratamiento a mujeres y hombres de acuerdo a sus respectivas necesidades.
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La lucha por la igualdad de género en América Latina hunde sus raíces en la segunda mitad del siglo XIX, con el surgimiento de grupos de mujeres de clase alta que reivindicaron su acceso a la universidad, y consiguieron ser las primeras médicas y abogadas. Después, llegarían las primeras huelgas de trabajadoras, exigiendo condiciones laborales dignas para sí y para sus familias; la reivindicación del reconocimiento del derecho al voto protagonizada por las sufragistas; la movilización de las mujeres para poner fin a las guerras y los sistemas autoritarios y; la progresiva lucha por la eliminación de todas las desigualdades que impiden el pleno desarrollo de las mujeres.
Desde entonces hasta hoy, el feminismo latinoamericano y la lucha por la igualdad se han ido enriqueciendo con la incorporación de las demandas y experiencias de la diversidad de mujeres, y con los avances desarrollados a nivel académico. La reciente incorporación de los hombres a la búsqueda de la igualdad, a través de los estudios demasculinidades, también representa un avance importante para la transformación y el cuestionamiento de los modelos culturales existentes. En este sentido, Barbieri (1992) destaca que el desarrollo del concepto de género como categoría de análisis ha significado la ruptura epistemológica más importante de las últimas décadas en las ciencias sociales.
El concepto de género fue utilizado por primera vez en el campo de la antropología. Sin embargo, fue el feminismo académico anglosajón el que lo impulsó en los años 70 para destacar que las desigualdades existentes entre mujeres y hombres son socialmente construidas y no biológicas (Pérez, 2000). Joan Scott propone una definición de género formada por dos proposiciones interconectadas: "...el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder..." (Scott; 1990: 44)
Esta categoría de análisis permite distinguir entre la diferenciación sexual – determinada por el sexo cromosómico, hormonal, anatómico y fisiológico de las personas- y la interpretación cultural e histórica que cada sociedad hace de ella, dando lugar a un conjunto de representaciones sociales, prácticas, discursos, normas, valores y relaciones que dan significado y marcan la conducta y las oportunidades de las personas en función de su sexo (Pérez, 2000).
La teoría de género facilita una mejor comprensión de la realidad social, y explica cómo las características femeninas y masculinas son adquiridas por las personas desde su socialización temprana, a través de los mensajes que la familia y la sociedad en su conjunto, envían a niños y niñas para que se adapten y respondan a los comportamientos, emociones, expectativas e incluso orientación sexual aceptados socialmente para su sexo. Así, el género estructura tanto la percepción como la organización concreta y simbólica de toda la vida social.
A partir de los años 80, este concepto comenzó a ser incorporado por diversas disciplinas de las ciencias sociales ya que demostraba ser una categoría útil para explicar cómo la diferencia (biológica) se convierte en desigualdad (económica, social y política) entre mujeres y hombres. Rubin (1975) denominó sistema sexo/género, al conjunto de relaciones de poder establecidas entre mujeres y hombres en el seno de una sociedad, que definen condiciones sociales diferentes para unas y otros en función de los roles que le han sido asignados socialmente. Se establecen así las posiciones de subordinación y dominación que han justificado históricamente la discriminación de las mujeres.
Naila Kabeer (1994) planteó que estas relaciones de poder entre los géneros derivan de acuerdos gestados en instituciones sociales como el hogar, el mercado, el Estado y la comunidad, los cuales proporcionan a los hombres, una mayor capacidad para movilizar reglas y recursos institucionales que promuevan y defiendan sus propios intereses. Esto explica cómo en la mayoría de contextos, los hombres gozan de un mayor acceso a los recursos económicos y políticos, y ejercen a través de diversos mecanismos, el control sobre el trabajo, el cuerpo, y la vida de las mujeres en general.
Los avances logrados por los estudios de género han impactado también en el campo del desarrollo, llegando a modificar los planteamientos de las políticas públicas y la cooperación internacional. En los años setenta las feministas plantearon una fuerte crítica al modelo de desarrollo imperante y cuestionaron la “falsa neutralidad de género” de las estrategias de desarrollo. El potente lobby realizado, fue decisivo para que el Sistema de las Naciones Unidas celebrara en 1975 la primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, que tuvo lugar en México. En el marco de esta conferencia se consolidó el “Enfoque de las Mujeres en el Desarrollo” (MED), cuyas críticas darían lugar posteriormente al “Enfoque de Género en el Desarrollo” (GED). Ambos enfoques contribuyeron enormemente a la paulatina transformación de la forma de planificación del desarrollo.
La IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres, realizada en Beijing en 1995, supuso nuevos avances al lograr que la comunidad internacional manifestara su compromiso para alcanzar la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Los documentos de la Conferencia, la Declaración y la Plataforma para la Acción, identificaron dos estrategias básicas para alcanzar la igualdad: el mainstreaming de género en todos los procesos de toma de decisiones y en la ejecución de políticas y; la estrategia del empoderamiento de las mujeres, entendido como la autoafirmación de las capacidades de las mujeres para su participación, en condiciones de igualdad, en los procesos de toma de decisiones y en el acceso al poder.
La lucha por la igualdad de género ha sido sin duda una de las revoluciones más importantes, cuyos efectos se hacen sentir cada día. Sin embargo, siguen quedando muchos retos pendientes en relación a la segregación laboral, la desigualdad salarial, la violencia contra las mujeres, la participación política, la pobreza, la educación, etc. Es sumamente importante que sigamos dando pasos hacia adelante, para conseguir que mujeres y hombres puedan gozar en igualdad de oportunidades de los beneficios del desarrollo, y puedan desarrollar libremente todas sus capacidades.
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